Llamada telefónica escuchada una hora después del final de la proyección para la prensa de Cosmopolis, la nueva película de David Cronenberg, protagonizada por Robert Pattinson.
Manu: ¡Hola Laura!
Laura: ¡Hola! Llevas varios días pronosticando que Cosmopolis iba a ser la mejor película del festival. ¿Cómo fue la proyección?
Manu: Pues de partida diría que no es la mejor del festival. De hecho, mientras la veía, me desconcertó un poco; sin embargo, a medida que la voy pensando, me va creciendo por momentos. Es una película para reflexionar largo y tendido: tiene la densidad teórica de un tratado académico sobre la crisis económica mundial; propone un viaje a la neurosis del hombre contemporáneo; y plantea un enigmático estudio sobre la abstracción en el cine.
Laura: Imagino que lo de la abstracción debe ser el aporte de Cronenberg. La crisis del hombre moderno es el gran tema de Don Delillo, el autor de Cosmópolis, la novela.
Manu: La película parece una visita guiada por el MoMA de Nueva York. Recuerdo que, en los meses que vivimos allí, fuiste a ver una exposición retrospectiva sobre el Expresionismo abstracto, movimiento artístico que Cronenberg adopta como trasfondo estético del filme. Los títulos de crédito de arranque aparecen sobre una pintura que remite a Jackson Pollock, mientras que, en otro pasaje, el protagonista insiste en adquirir un cuadro de Mark Rothko. Y diría más: en una de las escenas clave del relato, la limusina blanca de Eric Packer (Robert Pattinson) es convertida en una obra de action painting por un grupo de manifestantes equipados con botes de espray. Por último, me atrevería a decir que Cronenberg utiliza el rostro impasible e inexpresivo de Pattinson como si fuera uno de esos lienzos monocolor tan típicos de Rothko. El casting de Pattinson es simplemente genial. Desde lo que hiciera Werner Herzog con Nicolas Cage en Teniente corrupto, no veía a un director sacarle tanto partido a un mal actor. Cronenberg convierte a una superestrella teen de Hollywood en emisario de un discurso abiertamente anticapitalista: una estrategia heredada del gran Jean-Luc Godard.
Laura: Mmmm, suena bien. ¿Pero cuál es el trasfondo de todo este armazón abstracto? ¿Cuál es el meollo de la cuestión?
Manu: Digamos que esta abstracción desemboca en varias estrategias narrativas y formales. Para empezar, Cosmopolis es un auténtico magma de ideas que circulan por los labios de unos personajes que no tienen apenas trasfondo psicológico: no sabemos nada de su pasado y muy poca cosa de sus esperanzas e ilusiones. Siguiendo el camino inaugurado por la sensacional Un método peligroso, Cronenberg se entrega al cine de la palabra y, como si se tratara de un nuevo Manoel de Oliveira, saca petróleo conceptual de unos diálogos que rinden pleitesía al original literario. “La gente será absorbida por flujos de información”, escuchamos en la charla que mantiene el magnate millonario al que da vida Pattinson y su “asesora teórica”, Samantha Morton. De la mano de Delillo, Cronenberg ha descubierto una nueva interacción: donde antes se fundían la carne y la máquina, ahora se fusiona la tecnología y la economía.
Laura: ¿Pero entonces es todo palabra y más palabra?
Manu: La palabra es el eje central de esta película hermética y un tanto críptica, aunque hay que reconocer que Cronenberg elabora un contexto estético idóneo para el texto literario. La película transcurre en ambientes claustrofóbicos, siendo el interior de la limusina del protagonista el escenario principal. Desde su butaca de mandos, parecida a la de una nave espacial, el personaje de Pattinson controla sus finanzas, practica sexo impersonal, aprende que “hoy en día, el dinero controla el tiempo”, y se aboca al abismo de una crisis personal, económica y, de rebote, global. Cronenberg diseña el interior de la limusina como si fuera un líquido amniótico de pantallas por las que circulan toda clase de índices y parámetros: en la era de la información, la nueva carne se desencarna en lo digital.
Laura: Pero entonces, ¿el protagonista se va volviendo loco a lo American Psycho?
Manu: Puede que haya algo de eso: el protagonista de Cosmopolis vive abducido por los banales y compulsivos estímulos de la sociedad de consumo y cuando el castillo de cartas se derrumba se precipita al vacío. Lo interesante del caso es que, a pesar de que la novela y la película llevan al extremo la idea una “realidad virtual financiera”, todos podemos relacionarnos con ella: en el día a día, vivimos bombardeados por noticias macroeconómicas y financieras; vivimos en la era del índice bursátil (y de la deuda externa). En ese sentido, Cosmopolis se relaciona con la película a la que siempre regreso cuando pienso en las mentiras de la globalización: The World, de Jia Zhang-ke. Como Pattinson, los jóvenes protagonistas de la película china naufragaban a nivel personal en la trastienda de la ilusión capitalista: un parque temático con forma de mundo en miniatura.
Laura: Parece que al final la película te convenció.
Manu: Bueno, no puedo ignorar que ciertas partes del filme se me hicieron un poco cuesta arriba. Como en la novela de Delillo, aquí no hay soportes sentimentales; no se nos ofrece la posibilidad de empatizar con ningún personaje. Además, predomina un aura apocalíptica. Sin embargo, a pesar de la aridez imperante, el caudal de ideas que presenta la película se erige como una clarividente disección de los males que atenazan al mundo en que vivimos hoy. El cine como arte del presente.
Manu: ¡Hola Laura!
Laura: ¡Hola! Llevas varios días pronosticando que Cosmopolis iba a ser la mejor película del festival. ¿Cómo fue la proyección?
Manu: Pues de partida diría que no es la mejor del festival. De hecho, mientras la veía, me desconcertó un poco; sin embargo, a medida que la voy pensando, me va creciendo por momentos. Es una película para reflexionar largo y tendido: tiene la densidad teórica de un tratado académico sobre la crisis económica mundial; propone un viaje a la neurosis del hombre contemporáneo; y plantea un enigmático estudio sobre la abstracción en el cine.
Laura: Imagino que lo de la abstracción debe ser el aporte de Cronenberg. La crisis del hombre moderno es el gran tema de Don Delillo, el autor de Cosmópolis, la novela.
Manu: La película parece una visita guiada por el MoMA de Nueva York. Recuerdo que, en los meses que vivimos allí, fuiste a ver una exposición retrospectiva sobre el Expresionismo abstracto, movimiento artístico que Cronenberg adopta como trasfondo estético del filme. Los títulos de crédito de arranque aparecen sobre una pintura que remite a Jackson Pollock, mientras que, en otro pasaje, el protagonista insiste en adquirir un cuadro de Mark Rothko. Y diría más: en una de las escenas clave del relato, la limusina blanca de Eric Packer (Robert Pattinson) es convertida en una obra de action painting por un grupo de manifestantes equipados con botes de espray. Por último, me atrevería a decir que Cronenberg utiliza el rostro impasible e inexpresivo de Pattinson como si fuera uno de esos lienzos monocolor tan típicos de Rothko. El casting de Pattinson es simplemente genial. Desde lo que hiciera Werner Herzog con Nicolas Cage en Teniente corrupto, no veía a un director sacarle tanto partido a un mal actor. Cronenberg convierte a una superestrella teen de Hollywood en emisario de un discurso abiertamente anticapitalista: una estrategia heredada del gran Jean-Luc Godard.
Laura: Mmmm, suena bien. ¿Pero cuál es el trasfondo de todo este armazón abstracto? ¿Cuál es el meollo de la cuestión?
Manu: Digamos que esta abstracción desemboca en varias estrategias narrativas y formales. Para empezar, Cosmopolis es un auténtico magma de ideas que circulan por los labios de unos personajes que no tienen apenas trasfondo psicológico: no sabemos nada de su pasado y muy poca cosa de sus esperanzas e ilusiones. Siguiendo el camino inaugurado por la sensacional Un método peligroso, Cronenberg se entrega al cine de la palabra y, como si se tratara de un nuevo Manoel de Oliveira, saca petróleo conceptual de unos diálogos que rinden pleitesía al original literario. “La gente será absorbida por flujos de información”, escuchamos en la charla que mantiene el magnate millonario al que da vida Pattinson y su “asesora teórica”, Samantha Morton. De la mano de Delillo, Cronenberg ha descubierto una nueva interacción: donde antes se fundían la carne y la máquina, ahora se fusiona la tecnología y la economía.
Laura: ¿Pero entonces es todo palabra y más palabra?
Manu: La palabra es el eje central de esta película hermética y un tanto críptica, aunque hay que reconocer que Cronenberg elabora un contexto estético idóneo para el texto literario. La película transcurre en ambientes claustrofóbicos, siendo el interior de la limusina del protagonista el escenario principal. Desde su butaca de mandos, parecida a la de una nave espacial, el personaje de Pattinson controla sus finanzas, practica sexo impersonal, aprende que “hoy en día, el dinero controla el tiempo”, y se aboca al abismo de una crisis personal, económica y, de rebote, global. Cronenberg diseña el interior de la limusina como si fuera un líquido amniótico de pantallas por las que circulan toda clase de índices y parámetros: en la era de la información, la nueva carne se desencarna en lo digital.
Laura: Pero entonces, ¿el protagonista se va volviendo loco a lo American Psycho?
Manu: Puede que haya algo de eso: el protagonista de Cosmopolis vive abducido por los banales y compulsivos estímulos de la sociedad de consumo y cuando el castillo de cartas se derrumba se precipita al vacío. Lo interesante del caso es que, a pesar de que la novela y la película llevan al extremo la idea una “realidad virtual financiera”, todos podemos relacionarnos con ella: en el día a día, vivimos bombardeados por noticias macroeconómicas y financieras; vivimos en la era del índice bursátil (y de la deuda externa). En ese sentido, Cosmopolis se relaciona con la película a la que siempre regreso cuando pienso en las mentiras de la globalización: The World, de Jia Zhang-ke. Como Pattinson, los jóvenes protagonistas de la película china naufragaban a nivel personal en la trastienda de la ilusión capitalista: un parque temático con forma de mundo en miniatura.
Laura: Parece que al final la película te convenció.
Manu: Bueno, no puedo ignorar que ciertas partes del filme se me hicieron un poco cuesta arriba. Como en la novela de Delillo, aquí no hay soportes sentimentales; no se nos ofrece la posibilidad de empatizar con ningún personaje. Además, predomina un aura apocalíptica. Sin embargo, a pesar de la aridez imperante, el caudal de ideas que presenta la película se erige como una clarividente disección de los males que atenazan al mundo en que vivimos hoy. El cine como arte del presente.
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