En nuestro primer (y ligeramente polémico) artículo sobre ’50 sombras de Grey’, la trilogía erótica que está sacudiendo los cimientos del mundo editorial, afirmábamos que la obra de E.L. James era una forma engolada de arte trash y, de hecho, proponíamos a Snooki como candidata para la adaptación cinematográfica.
Quizá no medimos bien el impacto de nuestras palabras en cierto sector de sus fans, ni tampoco tuvimos en cuenta lo mucho que está haciendo Christian Grey por introducir el BDSM (siglas de “bondage, dominación, sadismo y masoquismo”) en el mainstream cultural contemporáneo. Los collares de perro y los látigos de siete colas ya han dejado de ocultarse en el armario: ahora podrían, perfectamente, adornar la mesilla de noche de cualquier ama de casa.
Otro factor que pasamos por alto es que la Universal, tras el fracaso comercial de su reboot de Jason Bourne y ansiosa por llenar ella el hueco que dejará ‘Crepúsculo’, está empeñada en convertir ’50 sombras de Grey’ en un proyecto de prestigio. Nada de hacer caso a los troleos tuiteros del megalómano Bret Easton Ellis y su obsesión por escribir el guión para que lo interpreten dos estrellas porno: ‘Cincuenta sombras de Grey’ (la película) se encuentra bajo la tutela de los productores de ‘La Red Social’ y quiere ser respetable, incluso oscarizable. No hay espacio para la distancia irónica en una franquicia que ya ha originado productos como ‘Fifty Shades of Grey: The Classical Album’.
Con todo, aún queda la pregunta de cuánto se puede mostrar. O, más concretamente, cuánto está dispuesto el paladar medio a aceptar que se muestre. Dejando a un lado el cine underground o la pura pornografía, elementos BDSM han estado presentes en el séptimo arte desde los años 20, aunque no saltaron a la primera plana hasta los 60, con autores tan ávidos de romper tabúes como Luis Buñuel, Henri-Georges Clouzot o Jesús Franco. Quizá nadie hiciera tanto como este último por plasmar en imágenes las páginas del Marqués de Sade o Leopold von Sacher-Masoch: a partir de ese momento, las puertas de la perversión y el placer absoluto quedaron abiertas de par en par… Veámoslo en la siguiente galería.
‘El portero de noche’ (1974)
La directora italiana Liliana Cavani se situó en primera línea de fuego con este tratado sobre la trasgresión sexual que, para críticos como Roger Ebert, supuso una escandalosa pieza de Nazi explotation, tan efectiva como moralmente censurable.
Charlotte Rampling y Dirk Bogarde exploraban la herida abierta del Holocausto a través de una relación sadomasoquista e insana, llena de pinceladas fetichistas y recorrida por una psicología ciertamente controvertida.
No es una película ideal para ver en la primera cita.
GREY FACTOR: 1/10. No parece muy probable que la futura película quiera profundizar en un trauma histórico y sus consecuencias psicosexuales.
‘El imperio de los sentidos’ (1976)
Los japoneses llevaban desde principios de la década de los 60 estrenando las llamadas pink films, o películas eróticas concebidas para el mercado local. Tuvo que llegar Nagisa Oshima para rodar la primera de ellas con proyección internacional, aunque su franco tratamiento del sexo (actores poniéndose a ello en pantalla, sin simulaciones de ningún tipo) hizo necesaria la coproducción de un estudio francés.
‘El imperio de los sentidos’ tuvo problemas con la censura allá donde se estrenó e hizo un buen trabajo al introducir a Occidente en la concepción nipona de lo erótico, casi siempre relacionada con el dolor y la muerte. Advertencia: hay una escena de mutilación genital que quizá preferirías pasar con el botón de flashforward.
GREY FACTOR: 3/10. Las dinámicas de poder entre los dos protagonistas podrían parecerse en algo a la tesis de la novela, pero este drama erótico es demasiado extremo y localista para calar en Hollywood.
‘Nueve semanas y media’ (1986)
Alejémonos de los europeos y los orientales, siempre tan lascivos, y centrémonos en la auténtica puesta de largo del sadomaso en el cine de consumo estadounidense. Adrian Lyne coreografió cada polvo como si se tratase de un videoclip, convirtió en estrellas a Kim Basinger y Mickey Rourke, hizo más de cien millones de dólares en todo el mundo y popularizó una horrible canción de Joe Cocker (aunque el single oficial, también difícil de escuchar, corrió a cargo de John Taylor, bajista de Duran Duran).
Más ochentera que las hombreras y la corbata-piano, pero fue fundamental para acercar el erotismo al gran público.
GREY FACTOR: 2/10. Su propuesta estética no puede haberse quedado más desfasada. Universal querrá que su película sea lo más moderna posible.
SICK: The Life & Death of Bob Flanagan, Supermasochist’ (1997)
Este documental hizo muchísimo por convencer a muchos críticos tirando a mojigatos de que los masoquistas extremos son, también, personas. Y personas tan admirables (dentro de su desviación psicopática) como Flanagan, artista radical que decidió afrontar su vida y su enfermedad en sus propios términos.
Una auténtica joya oculta del cine documental moderno.
GREY FACTOR: 4/10. El mundo de las performances subterráneas no tiene nada que ver con el universo de sofisticación que describe E.L. James en sus novelas. Pero uno puede soñar con que algo de la integridad heterodoxa de Flanagan se filtre en el proyecto.
‘Secretary’ (2002)
La única del lote que podría ser considerada una obra maestra. Dirigida por Steven Shainberg (que no estuvo tan fino cuando, años después, afrontó un biopic de la fotógrafa Diane Arbus), este cuento romántico sobre dominación y autoafirmación ha sido visto por muchos de sus fans como una influencia no acreditada en ‘Cincuenta sombras de Grey’. ¡Incluso su protagonista se apellida Grey!
La película está basada en una novela de Mary Gaitskill, posible madrina del porno para mamás.
GREY FACTOR: 7/10. La película oficial no va a ser tan medularmente indie como esta, pero mucho nos sorprendería no tener cierta sensación de déjà vu al verla.
Fuente: GQ Vía: DiarioTwilight
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